A los 15 años, Marcus Edsall-Parr había estado esperando la mayor parte de su vida un nuevo riñón, y conocía el procedimiento. Tres días a la semana en agotadoras sesiones de diálisis. Sin practicar deporte. Sin comer sus comidas favoritas. Y tras casi una década en la lista de trasplantes, sin suerte para conseguir un órgano.

Entonces, la primavera pasada, su médico llamó. Había una coincidencia perfecta.

Marcus encabezaba la lista de espera. Era el primero. Pero el riñón no fue para él. Ni para la siguiente persona de la lista. Ni para la siguiente.

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