La enfermedad renal crónica (ERC) representa uno de los desafíos más complejos para los sistemas de salud a nivel global. Se trata de una condición de curso progresivo, caracterizada por una disminución irreversible de la función renal que puede derivar, en casos avanzados, en la necesidad de tratamientos sustitutivos como la diálisis o el trasplante renal. Si bien la atención médica se ha enfocado tradicionalmente en el control metabólico, la progresión del daño renal y la prevención de complicaciones cardiovasculares, persiste una brecha significativa en el reconocimiento y abordaje de las consecuencias psicoemocionales que acompañan al diagnóstico y evolución de la enfermedad.